Una revelación
Zerocafé. Tengo. Zerocafé. Una. Zerocafé. Memoria. Zerocafé. De. Zerocafé. Elefante.
Inocente del robo. Inocente de la violación. Inocente del tráfico de estupefacientes. Inocente de prostitución. Inocente del tráfico de influencias. Inocente de fraude fiscal. Inocente del dolo. Inocente del delito de estafa. Inocente del delito de atentar contra la sanidad publica. Inocente del intento de asesinato en primer grado. Inocente del delito de atentar contra la hacienda pública. Inocente de incitación a la violencia. Inocente de maltrato psicológico. Inocente del delito de lesiones a un miembro de la autoridad competente. Inocente frente al intento de suicidio. Inocente del plagio. Inocente de la copia ilegal y en masa de discos para lucro personal. Inocente del ayanamiento de morada. Inocente de la emisión de gases no autorizados. Inocente del desviamiento de cuentas. Inocente de la actuación como proxeneta. Inocente de adulterio. Inocente de intento de asesinato en segundo grado.Inocente de terrorismo. Inocente de agrupación ilícita. Inocente de maltrato físico. Inocente de torturas. Inocente de utilizar el nombre de dios en vano.
Primero sale un caballito de madera con el hocico blanco. Luego una muñeca con pololos y la mirada bizca y fría. El soldadito de plomo al que le falta una pata, que cobra su pensión de invalidez todos los días cinco del mes entrante, altivo, con su fusil cargado al hombro. El jarrón de porcelana china de la tienda de veinte duros. Las flores de plástico. La corbata de seda. El balón de reglamento. El marco de fotos para poner en el coche, conduce con cuidado, te esperamos en casa, Manolo. La colonia. El reposapies. La manta a cuadros para las tardes de invierno frente a la televisión. El aparato de gimnasia que a los dos meses queda olvidado en el hueco que deja el armario del salon frente a la viga principal, pintada de blanco acrílico. El recopilatorio de blancanavidad. La pulsera de oro en su caja de falso terciopelo, con su almohadilla de poliespan, con su pegatina de espero que te guste. La tarjeta regalo. El paraguas, los guantes, la horma de los zapatos, el bolso, la sortija, el solitario, la caja de preservativos estriados. Una sonrisa pícara con el caballito de madera con el hocico blanco entre los brazos, meciéndole como al hijo que no se tiene. El libro de recetas.
A la izquierda o a la derecha. Empezar a dudarlo seriamente sería una muestra de fallo en cadena, de defecto de serie. Si, porque después todo viene por la mera inercia del desastre, una casa que se cae, una ambulancia que tiene un accidente, un taxi que se salta un semáforo, un preservativo que se rompe.
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Esta mañana, al subir a la oficina, el portero del edificio me ha mirado sospechosamente mal. De mala leche. Con esos ojos que tenemos todos tras una noche de cerveza y copas. De hecho, ni me ha saludado, un leve movimiento de la cabeza, como asistiendo, le ha servido.
Redonda. Es una idea redonda. Y el tuyo un corazón circular, que fluctúa por los altibajos del cielo y el suelo con una cotidianeidad sorprendente.
Yo ya te he abierto la puerta de casa, la de la habitación, e incluso he levantado las sábanas para que entrar en mi cama te sea más fácil.
Ni resignarse ni recular.