Alquilo una mirada
Esta mañana, al subir a la oficina, el portero del edificio me ha mirado sospechosamente mal. De mala leche. Con esos ojos que tenemos todos tras una noche de cerveza y copas. De hecho, ni me ha saludado, un leve movimiento de la cabeza, como asistiendo, le ha servido.
Pero a mi no, y al llegar al despacho, lo he pagado con mi secretaria, que tenía la misma cara de gilipollas que el resto de mañanas.
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