Thursday, March 18, 2010

Qué pequeño es el mundo

Esa. La soledad. La que nos esconde detrás de un inusitado elenco de productos completamente innecesarios. La que bajo el cálido parapeto de bicicletas, macs, deuvedés, comics, mesas del ikea, pantalones de pitillo, iphones, dominios, camisetas exclusivas, tostadoras, bombones de marca, pulseras y libros nos engaña haciéndonos pensar que no, que no estamos solos.

Aunque los domingos sean un martirio y sea más agradable irse a trabajar que estar encerrado en casa preparando comida para uno, teniendo, como decían en El club de la lucha, raciones individuales de absolutamente todo. Aunque nos disfracemos y nos pongamos la mejor de las sonrisas y nos procuremos rodear una vez al mes de tipos y tipas que nos llenen el ego, que nos digan que somos más bonitos que un San Luis, que somos los que la tenemos más grande de todo el barrio, que nadie es más guapo que nosotros.

Lo cierto, lo unicamente cierto, es que la soledad nos persigue allá donde vayamos, allá donde decidamos empezar un proyecto, allá donde decidamos embaucar al resto porque somos, en el fondo, los seres más egoístas sobre la faz de la tierra.

O asociales hasta más no poder, que para el caso es lo mismo.