La plataforma
Mientras Michael decide si volver a irse de putas o no, yo trato de dormitar sentado en el sofá. Robredo es mucho peor jugador que Nadal y el dobles flaquea. Los australianos tienen toda la pinta de ser quienes se lleven el gato al agua. Cierta corriente entra a través de la ventana de la galería y ante mis ojos pasa, fugaz, la idea de irme a la mierda de vacaciones. Quizás un poco más lejos. Sí, he discutido. No me miréis así. En la tercera estantería del horroroso mueble de salón, que imita lo añejo, hay una serie de fotografías mías. Delgado y con pelo. Valerie no es lesbiana. Simplemente una tocacojones. Y no logro dormirme. Dejo aflorar mi odio proyectándolo sobre la cabeza de los tipos más estúpidos que conozco. Aunque estén de viaje por Japón o trabajando hasta altas horas de la madrugada y se empachen de pastillas, seguro que lo pueden sentir. Sigue sin sonar el móvil. Planeo mis próximos días evitando que quede nada al azar. Decido que los concursos de tapas de pueblo son lo más ridículo que existe justo después de las verbenas, y juro y perjuro ausentarme del mundo por un par de días. Y sin alcohol, que tiene más huevos.
Pero lo peor de todo es que una palabra tuya bastará para sanarme.
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