A cinco minutos del descanso
Pasados los cuarenta todo comienza a dar un poco lo mismo. Pasados los cuarenta miras a los lados al pasar la acera. Pasados los cuarenta tienes un plan de pensiones, una licenciatura y una inusitada costumbre por mirar con desdén a los que aún están por pasar los cuarenta. Pasados los cuarenta echas la vista atrás y te das cuenta de que podrías contar con los dedos de una mano los polvos que han merecido la pena. Pasados los cuarenta echas la vista atrás y te das cuenta de que la palma de la mano te habría servido para evitar el resto. Pasados los cuarenta te preocupas por las taquicardias, el exceso de grasa, la calvicie y el pacto de Toledo. Pasados los cuarenta piensas que Alfredo Landa tenía razón. Y va y no te gusta.
Pasados los cuarenta las opiniones se solapan, se fusionan, se entrelazan y equivocan. Y miras al espejo y los modelos a seguir se diluyen se apagan se difuminan. Antes evitabas personajes. Ahora cierras los ojos y piensas fuerte ójala no me parezca. Y evalúas los daños antes de la última reunión, del último mail, de la última copa.
Y a ráfagas, en breves momentos, añoras los tiempos en que solo evaluabas en tiempo pasado, en que una cena un concierto una obra de teatro eran solo la antesala de un nuevo juego de sábanas un nuevo edredón una nueva almohada por el suelo. Y el desayuno del día siguiente, y la sensación de éxito, con su olor a tostadas, con su Coltrane de fondo, con su sol entrando por la ventana, como de anuncio.
Por entonces te despertabas a las once de la mañana. Y pasados los cuarenta es lo único que de verdad echas de menos: despertarte los sábados a las once de la mañana.